jueves, 17 de enero de 2013

La geometría del amor. Comentario

 
 
 
 
La geometría del amor,
 de John Cheever (1912-1982)

John Cheever es, probablemente, el más grande de los maestros del cuento estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.
Escribe pensando que la literatura es el medio de soportar la vida.
Estructura invertebrada de sus novelas.
El primer realista mágico de las letras norteamericanas.
Escritor norteamericano, nacido en Quincy, Massachussets. Sus costumbres y forma de entender la vida y la literatura hicieron que tuviese fervorosos seguidores y terribles detractores.
El conjunto de relatos que constituyen La geometría del amorestá formado por 18 textos cortos, escritos entre 1947-1972 (entre sus 35 y 50 años) y publicados, en su mayoría, por el periódico The New Yorker.
En ellos se trasluce lo que se vino en llamar el "territorio Cheever". Un territorio que se extiende en sus relatos por los barrios residenciales de clase media en torno a Nueva York. Casas con jardín y barbacoa, piscina y cóctel. Urbanizaciones construidas alrededor del Club Social, que es el que aglutina a esta gente “bien”. Cheever deja al descubierto a personajes siempre en fuga, las miserias de la prosperidad de los que consiguieron un status social alto.
Barrios residenciales en donde el consumo y la apariencia son criticados implacablemente por el autor, que plasma tanto su fracaso colectivo como su redención individual. Ni más ni menos que lo que ocurre en cualquier país, por lo que los relatos son extrapolables a cualquier sociedad de consumo.
Relatos como "El marido rural" o "El nadador" están protagonizados por individuos atrapados por su entorno que se ponen en movimiento para iniciar una fuga que les otorga una transformación revelada como cierta forma de santidad.
Redención que adquiere ciertos destellos mitológicos en relatos como "Adiós, hermano mío" y "El ángel del puente", en los que se hace presente el "subtexto religioso".

Cheever es un escritor autoexigente.
SusDiarios revelan una personalidad autodestructiva y la insatisfacción que le produce el resultado de su propio trabajo. Su ambición técnica le conduce por un lado a la minuciosidad correctora, a ella se refiere respecto a "Las joyas de los Abbot", y por otro a la autoparodia estilística desarrollada en relatos como "Miscelánea de personajes que no figurarán". Asume el trabajo artístico con vocación redentora: "La novelística es arte y el arte es el triunfo sobre el caos.
Temas.
-La levedad de la vida social
-La libertad personal enjaulada en una moral de plástico
Pero también enjuicia su propia vida al acompañarse de un minucioso diario en el que registra durante toda su vida las experiencias personales, las contradicciones y autoflagelaciones que motivarán posteriormente la problemática existencial de sus personajes.
Su obra es un reflejo de su vida y de sus pensamientos. Vida y literatura, como siempre, se dan la mano.
Cheever enjuga sus problemas con el alcohol y busca la redención en la literatura
La felicidad no existe, por lo tanto no hay que pensar en ella ni pretender alcanzarla.
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Al pequeño John le gustaba contar historias. Su maestra solía prometer a sus compañeros de clase que, si se portaban bien, al final de la jornada John les contaría un cuento. Y todos se portaban bien. Todos menos uno; a los diecisiete años John Cheever fue expulsado de la escuela por poco aplicado, impuntual y fumador. Su expulsión marcó el inicio de su carrera como escritor, pero también dejó una profunda huella en su vida, ya de por sí bastante descontrolada.
Con el tiempo, John Cheever llegó a encarnar a la perfección el mito del escritor atormentado: sensible, depresivo y alcohólico, su descarnada visión de su entorno le proporcionó tanto éxito profesional como sufrimiento personal.
El territorio Cheever está muy acotado: sus historias tienen como escenario Nueva Inglaterra, Manhattan o los suburbsdurante los años cincuenta y, como protagonistas, la clase acomodada a la que perteneció (esa clase media norteamericana que tan poco tiene que ver con la nuestra). Sin embargo todo aquello de lo que habla Cheever nos resulta completamente familiar: matrimonios condenados al fracaso, reuniones familiares convertidas en ajustes de cuentas y, en definitiva, gente decente y trabajadora, buenos vecinos y ciudadanos ejemplares retratados como realmente son: egoístas, solitarios, envidiosos, mezquinos. Es “el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos”, como decía Italo Calvino.
La geometría del amor reúne una colección de cuentos sobre gente común que vive vidas comunes; las vidas empobrecidas de las prósperas familias norteamericanas de clase media que, bajo el microscopio de Cheever, aparecen despojadas de apariencias, con sus defectos, sus virtudes, sus miedos y sus obsesiones. Pese a todo, incluso en las situaciones más sórdidas, se las apañan para conservar una cierta pureza, un aura de inocencia. Tal es su humanidad, que el lector no puede juzgar con dureza a esos personajes que tan pronto son capaces de los peor como de lo mejor porque, en definitiva, todos somos personajes de Cheever.
Muchos de los protagonistas de estos cuentos están permanentemente al borde del abismo; han hecho todo lo que se supone que es correcto hacer en la vida y, sin embargo, están a punto de dar el paso que arruine irremisiblemente sus vidas. Ninguno da muestras de ser dueño de sus actos, ninguno parece poder evitar una destrucción moral que posiblemente no merece, o que merece tanto como cualquier otro.
Inevitablemente, en el último instante, cuando ya todo parece perdido, un suceso casual (la lluvia, una llamada de teléfono) logra arrancar del protagonista un último rastro de decencia o de cordura.
Cheever conocía bien esa sensación de la vida escapándose entre los dedos como la arena, ese lento e imparable declive. En sus diarios escribió: “Cuando la autodestrucción entra en el corazón es como un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia. Para recuperar cierto propósito y belleza bebes demasiado en las fiestas y te propasas con la mujer de otro, acabas por hacer algo tonto y obsceno y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo sólo encuentras un grano de arena”.Esta angustiosa sensación de haber dado un giro equivocado en algún lugar del camino y no saber cómo regresar está latente, de un modo sutil pero ineludible, magistralmente captada, en estos relatos. Pero lo que realmente los hace únicos es que, a pesar de esa melancolía, los cuentos de Cheever desprenden una infinita pasión por la vida.
Cheever, que solía tardar, con alguna excepción como El nadador, dos o tres días para redactar un cuento, abordaba su estructura como un juego de geometría euclidiana, en el que, no pocas veces, personajes desconocidos entre sí entrecruzan sus vidas y establecen un vínculo que cambia sus destinos. En el curso de ese acontecer vital, el paisaje humano se funde con la naturaleza, omnipresente en la obra cheeveriana, deviniendo metáfora del existir.

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